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ROBERTO MOLLÁ. UN PAÍS EXTRANJERO

Galería My Name’s Lolita Art. Madrid 2104.

 

Primera exposición de Roberto Mollá en la galería My Name’s Lolita Art.

 

«El pasado es un país extranjero, allí hacen las cosas de modo diferente». Esta frase del escritor británico L. P. Hartley, y que Roberto Mollá comenta haber leído por azar en una estación de tren en Tokio, da título a la exposición que ahora presenta en la galería My name’s Lolita de Madrid.

 

La pintura y el dibujo son el medio de transporte ideal (un tren quizá) para viajar a ese país extranjero donde se hacen las cosas de otra manera. Marcello Mastroiani, en su papel de Pontano en La Notte, se preguntaba si la escritura no sería, tal vez, un impulso irrefrenable pero anticuado.

 

Un dibujo a lápiz y gouache de esa escena, en cuyo subtítulo se puede leer “dibujo” en lugar de “escritura” –Isn’t drawing an irrepressible but antiquated instinct?– junto con las tres mesas de dibujo dibujadas, como cazadores cazados, son una reivindicación de ese instinto, de ese viejo hábito. Las mesas de dibujo, cada vez más infrecuentes en los estudios, con sus tableros de inclinación regulable, tienen algo de armatoste, de puente levadizo medieval que, al izarse, aísla al dibujante dejándole solo en un patio de armas donde se lucha, como decía Wyndham Lewis, primero en un bando y luego en el otro, pero siempre por la misma causa. El dibujo o la pintura como puente es una comparación recurrente: a los surrealistas, por ejemplo, les entusiasmaba esta frase de Nosferatu: «Cuando hubo cruzado el puente los fantasmas salieron a su encuentro».

 

Una vez más los trabajos de Roberto Mollá comparten la incansable voluntad de Picabia de ser absolutamente infiel a cualquier estilo y encuentran estímulo en el corte oblicuo de estéticas y tiempos diversos. En un artículo para Whitewall Magazine, Lilly Alexander escribió: «el tiempo es flexible en el trabajo de Mollá, y diferentes periodos existen simultáneamente». Trenes verticales, diamantes de grafito, montañas geométricas, ciencia ficción asiática o vorticismo inglés. Pero los dibujos y pinturas de Un país extranjero, como el misterioso tren de 2046, no son solamente un vehículo de la ficción, el deseo y la memoria (el diamante triste que súbitamente brilla), sino un documento que deja constancia del trabajo en el taller, de lo que sucede en ese lugar propicio a los hallazgos, donde siempre debería reinar la desconfianza hacia las primeras intuiciones y donde se busca el molde de lo amorfo, el fango simétrico.

 

Un país extranjero muestra un paso más en el cambio de dirección en el trabajo de Mollá, cambio que se inició en 2011 con Ricochet (literalmente: cambio de trayectoria que experimenta un objeto al chocar contra una superficie), su última exposición individual en la galería Kesting / Ray de Nueva York.

 

 

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