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CHARRIS. Los mares del Tiki (SANTANDER)

Galería Siboney, Santander .Diciembre 2015.

 

CHARRIS. Los mares del Tiki (Barcelona)

Galería Trama, Barcelona.Diciembre 2015 .

En las pinturas del artista hay tanto playas oceánicas como falsos bares hawaianos

JUAN BUFILL Barcelona

 

La primera exposición individual de Ángel Mateo Charris en la galería Trama se llama Los mares del Tiki. El título tiene resonancias mitológicas y exóticas a la vez que un tono irónico que detectarán quienes estén familiarizados con la estética de los bares hawaianos, con esa especie de optimista degradación pop de las formas del arte ritual polinesio. A Tiki, divinidad oceánica de nombre entre simpático y ridículo, le han rendido tributo irónico narradores como Ignacio Vidal-Folch y dibujantes como Sergio Mora.

Las pinturas que Charris expone en Barcelona abarcan todos los registros entre estos dos polos: el del sueño y espejismo del lejano paraíso y el de los sucedáneos kitsch de ese mito, cuyo origen, por cierto, tuvo lugar en Estados Unidos mientras las bombas atómicas norteamericanas y francesas se probaban alegremente y contaminaban algunas islas polinesias. El origen del bikini playero coincide con el de esos bares hawaianos llamados Aloha o algo parecido de los que es notorio que se puede salir a gatas, debido a sus traicioneros cócteles de licores escondidos en azúcar y servidos en copas con forma de volcán. O de Tiki.

Charris (Cartagena, 1962), que ya había visitado los lugares que pintaron Edward Hopper y el metafisico belga Spillaert, y también los escenarios de El corazón de las tinieblas de Conrad, se centra en esta ocasión en una mitología de la Polinesia francesa, Hawai y Nueva Zelanda. Su visión es más metarrealista que realista. La imagen del gran óleo circular Señales, por ejemplo, es una composición imaginaria en la que, más que el mar paradisiaco y las ruinas de coches, lo significativo es ese cartel indicador de caminos donde los nombres de lugares se han borrado. O nunca se escribieron. Es el lugar deseado, alejado de Occidente y de Oriente, libre de los nombres aprendidos en escuelas de sumisión.

Con su explícito vacío de información, esta pintura representa la ensoñación edénica que buscó Gauguin huyendo de la Europa decimonónica, que ahora parece harto rancia, o también el paraíso real o quizá inventado que aparece en la película Rebelión a bordo (1962), de Lewis Milestone, una obra infravalorada, en la que se aprecia que el sometimiento, la desigualdad y el miedo son los lamentables enemigos de la vida feliz.

Señales es una de las piezas “de museo” de esta muestra, y no sólo por sus dos metros de diámetro, sino por su significado y su luz. Y también lo es Los saqueadores, un óleo panorámico de tres metros de anchura en el que las esculturas del taller de Brancusi aparecen en un claro de selva polinesio, mezcladas con esculturas primitivas. Sus dos personajes, con aspecto de explorador occidental y de arqueólogo, son saqueadores. Pero, de hecho, Charris nos está recordando que una parte de las contribuciones que se autoatribuyen o se atribuyen a las vanguardias históricas, son principalmente adaptaciones directamente tomadas de expresiones y formas creadas por artistas anónimos con ánimo espiritual y sin ánimo de lucro, en lugares y épocas donde el lucro no era necesario para vivir. No sé a Brancusi, pero creo que esta pintura le habría gustado mucho a Hergé, el creador de Las aventuras de Tintín. Galería Trama. Petritxol, 5. Hasta el 7 de enero.

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